DE PASO Y EN VIGILANTE ESPERA
Seguimos repasando los momentos en los que una jovencita en el monte santiagueño, se encuentra con un inesperado regalo divino…El padre Juan Ignacio Liebana, el padre «Juani» nos invita a reflexionar sobre la historia de la aparición de la imagen de la Virgen de Huachana.
“Instalados en al zona marcada, junto a un árbol, hicieron vigilia toda la noche.”
Conectados con nuestras ondas raíces
El límite impuesto por la noche nos obliga a preparar un refugio para cubrirnos de su inclemencia. El misterioso monte se nos ofrece amenazante y por ello nos cobijamos al amparo de una carpa. Armar una tienda en medio del monte era algo común para la gente de antes, y lo sigue siendo para muchos campesinos. Para el tiempo de las cosechas, durante las labores en el monte, o mientras se campea a los animales, se prepara una tienda para pasar la noche. Acampar unos días en Huachana nos conecta con nuestras raíces más hondas. Raíces culturales, familiares y ancestrales: memoria viva de nuestros antepasados. La tienda nos conecta también con la naturaleza, con el aire libre, lo agreste, la Tierra. Este breve paso en estado provisorio, sencillo, acompañado sólo por lo necesario, lejos de todo lo que nos estorba, nos entretiene, dispersa y encadena, se nos impone como necesario para nuestro equilibrio como personas. En el silencio del monte, bajo un techo de estrellas, con sonidos naturales, bellos y únicos, sagrados y misteriosos, reencontramos nuestra identidad más profunda. La memoria fiel de nuestros mayores y sus innumerables sacrificios, nos dispone a pararnos mejor en el hoy de nuestras vidas y vislumbrar con mayor claridad nuestra meta. ¿Estoy conectado con las raíces de mi historia? ¿Me avergüenzo o me siento orgulloso de mis orígenes?
Un gesto que nos ayuda a no olvidar
El pueblo judío vivía anualmente una experiencia similar a la de los peregrinos en Huachana, en el transcurso de la fiesta llamada de las Tiendas. Así Dios se los había indicado: El día quince del séptimo mes, cuando hayan cosechado los productos de la tierra, celebrarán la Fiesta del Señor durante siete días. Todos los nativos de Israel, vivirán esos días en chozas, para que las generaciones futuras sepan que Yo hice vivir en chozas a los israelitas, cuando los hice salir del país de Egipto. Yo soy el Señor, su Dios (Lev 23,39.42-43). Este campamento anual de siete días tenía un sentido religioso profundo. Se trataba de hacer memoria de los antepasados que habían atravesado el desierto, en carpas, en su peregrinación hacia la Tierra Prometida. La estabilidad cómoda en la propia tierra, adquirida con la sangre y el sudor de tantos, podía muchas veces hacer olvidar el esfuerzo y sacrificio de sus mayores. Una vida asegurada y acomodada los podía llevar a desdibujar la meta, su destino de peregrinos, su Casa definitiva. De modo que, era vital realizar cada año este simbólico ritual, para mantener viva la memoria de sus antepasados y no detener su camino. ¿Qué cosas me ayudan a mantener viva la memoria de mis raíces?
Quitando lo que nos sobra
Pasar unos días en una tienda de campaña es algo muy común en muchas culturas. En esta sencilla acción confluyen diversas razas aborígenes, árabes y criollas, integradas en un armónico mestizaje y enriquecimiento mutuo. No nos avergonzamos de nuestros orígenes. No escondemos ni renegamos de nuestra historia. La asumimos como parte de nuestra identidad. Acampar unos días en Huachana, interpela nuestro modo de vida cotidiano. Nos ayuda a caer en la cuenta de tantas esclavitudes y dependencias. En esos días vivimos austeramente y con lo necesario. Nos sorprende nuestra rápida adaptación ante estas nuevas condiciones de vida. Salir a buscar agua, leña, preparar juntos la comida, la mesa, alargar los diálogos, sin la interrupción de la televisión, el trabajo, el celular o la computadora. Nos sentimos más libres, más livianos, sin tanto peso. La cierta incomodidad de la vida en carpa nos obliga a desinstalarnos de tantas cosas que nos atan, nos ayuda a reconocernos que estamos de paso, a no instalarnos tan seguros en las cosas transitorias de la vida. ¿A qué cosas estoy aferrado? ¿Qué puedo empezar a soltar para ser más libre?
Descanso y fiesta compartida
Tanto para los judíos, como para nosotros, los días en carpa son de descanso y de fiesta. Los ansiamos durante el año, y los preparamos con tiempo y anticipación. A pesar de no contar con todas las comodidades, experimentamos un profundo descanso. El vínculo con el vecino de carpa nos abre al diálogo y a la confianza. Nos prestamos las cosas, convidamos nuestras comidas, agrandamos la mesa, disponemos un banco para el que llega, agrandamos la ronda. Nos sentimos profundamente hermanos. Evitamos discusiones inútiles, dejamos salir lo mejor de nosotros y permitimos expresar lo mejor del otro. Olvidamos el anonimato de las ciudades y creamos un lenguaje de intimidad y de hogar. Celebramos la vida, la fe, la familia, nuestra historia común. Compartimos dolores, broncas, deseos de justicia, verdad y solidaridad. Esta experiencia se hace muy reparadora y sana muchas de nuestras heridas cotidianas. La esperanza nos vuelve a animar, los sueños comienzan a florecer. La despedida nos sorprende con alguna lágrima, un apretón de manos, un abrazo sentido. Algo nuevo ha nacido en Huachana, en el lugar donde se da a luz, en la tierra sagrada donde se vuelve a nacer. ¿Qué otros espacios tengo durante el año para descansar y festejar?
Peregrinos con Jesús nuestra casa y camino
Hace un poco más de dos mil años, Dios vino a poner su tienda entre nosotros. Así compartió nuestra vida y nuestra historia, en la persona de Jesús. Él es nuestra Casa, nuestra morada y refugio. Él es nuestro Camino, nuestra senda. Él camina cada día con nosotros, en nuestras penas y alegrías. Aliviana nuestras cargas, sostiene nuestras fatigas, acompaña nuestros esfuerzos, consuela nuestro llanto. Con Jesús y María, partimos cada mañana en la hermosa aventura de la vida. Con ellos, retornamos cada tarde, bajo su amparo y cobijo, para retomar fuerzas y sanar heridas, recogiendo frutos, y cargar nuevas semillas. La fragilidad de la carpa nos mantiene en vela y con el corazón atento. Reconociendo nuestra huella, miramos esperanzados hacia la Meta. Renovamos la certeza de la Casa definitiva, hacia donde nuestros pasos se dirigen, sin retardos y sin prisas, ya no solos, sino en familia, hacia la Promesa de Vida, que el Dios fiel nos prepara en la otra orilla. ¿Siento la compañía de Jesús y la Virgen en mi caminar cotidiano? ¿Me dejo acompañar por su reparadora presencia? ¿Cuento con ellos durante el día?